DAME UNA MENTIRA ENORME
Dame una mentira enorme, que haga temblar los pulsos de la edad
con su pisada grave y significativa,
que espante de mí los pájaros negros y los gusanos
que cosecho sin proponérmelo en la dársena del miedo
y se las arregle para hacerme creer que el hombre puede salir de sí,
ser uno con la mujer y amarla sin destruirse.
Algo que dure un momento y venga de tus labios,
para que yo me esconda y los altivos y los necios no me vean.
Detrás de esos frágiles decorados vivirá feliz y pequeñito,
lejos del tedio y de los ojos que escrutan en la noche.
Sin miedo al silencio y a las fieras,
luego que la mentira fuese pronunciada,
como por un hechizo efímero correrían los talones del infortunio
y ni él, ni la miseria, pescarían ya nada en mis sentidos embotados.
La angustia del hombre ardería como bruja-fénix
y estos ojos y estas pobres manos que rezan sin llegar
al rabo de Dios en las alturas, arrojarían al suelo,
deshecho, el viejo corazón de la amargura,
contentos en su careta nueva.
Dame una mentira enorme,
que haga girar al revés el tiempo en los relojes
y arrúllame en ella,
hasta que en mis labios aparezca
la helada sonrisa del idiota.
De Mitologías / La balada de la mujer perdida (1982)
INFANCIA DE LA MARAVILLOSA
Y allí estabas, viva,
venías de los candentes países que no recuerda nadie
sino en el último minuto, al inicio del tiempo estabas
entre la sangre y la luz como una llorosa perla entre raíces,
allí estabas luego de la larga agonía entre dos respiraciones,
luego del largo túnel y el sueño donde eras una sola Humanidad,
¿recuerdas? un minuto antes eran las calles de Ur,
la turbia prehistoria, el ciclo de la savia a la sangre,
la desnuda inocencia de un mezclado universo donde todo convivía;
¿recuerdas? oh sí dime que lo recuerdas
largo y centellante amor mío,
dime que te acuerdas de tu rostro en un lago que se secó hace siglos,
que memoras la sangrienta imagen del interior del útero
donde toda la historia pasaba veloz por las paredes
y dime que te acuerdas de alguien que te amó
y que no era yo y que era un fenicio, un tirio,
un hombre de lejanas edades y de tu vestido
desgarrado en la cámara del rey.
Yo hablaré del tiempo en que te he reconocido,
como reconociste al fuego, ese movedizo compañero
que te entibió las manos, que te quemó los dedos.
Tenías dos años, ¿recuerdas? Dime que recuerdas,
un pesado secreto puede hacerse pedazos tan sólo por ese olvido,
dime que te acuerdas de hombres y mujeres gigantes
y de paredes enormes y así sabré que es cierto:
antes, en ese tiempo, danzaba el tiempo
y tú corrías como corrimos todos detrás de duendes y de hadas
que se tragó un lento movimiento hacia nosotros,
hacia estas manos y rostros que insultan el espejo.
¿Tienes presentes a tus muñecas? ¿Te acuerdas de la negra
que odiabas y de la deshilachada rubia que veías,
porque tú la veías, no es cierto, llorar sobre tu falda?
Y los pequeños animales, los míticos y los otros,
formaban el cortejo de una niña sola.
Te acuerdas del miedo, ese viejo emisario,
te acuerdas de la sombra en un rincón del cuarto,
de la horrible lámpara que te hacía llorar.
Allí del miedo nació tu risa, ésa que yo solo puedo ver,
ese gesto infinito que borra la muerte de las edades,
esa revancha del hombre sobre el polvo que será.
Y allí seguías viva sobre un billón de muertos,
sobre todos los muertos y nada detenía el pujar de los huesos,
el avance del cuerpo entre los cuerpos, la lanzada
mente hacia la luz corría, entre precipicios y sombras
y entre sangres y olvidos de lo que eras ayer, venías,
sí, tú venías atravesando tu espacio, tu forma, tu materia,
eras un universo en viaje a través del universo.
Pero de dónde vino ese rostro a preocuparme de sí,
de dónde ese olor que se ignora a sí mismo, desde
qué entonces sutil ya te conocía.
¿Te acuerdas de un aula donde ya eras callada y peregrina
entre papeles y canastos y mapas?
Hoy la mitad de esos niños son fantasmas
que erran por el mundo,
ellos no te recuerdan y sin embargo envidio
su inútil privilegio:
el haber visto en flor tus ocho años
cuando el inocente trazo del mundo era feliz.
¿Recuerdas? ¿Recuerdas la jirafa de un domingo lluvioso
de la mano de tu padre? Bien, yo envidio
a ese alto animal que se sonríe siempre,
porque te vio una tarde, hace ya mucho.
El amor es dadivoso: nos da lo irreparable
y no se vuelve a ese ya nunca donde vivimos tanto,
aunque por qué no gozar la fruta de la memoria.
Todo se puede suponer y yo supongo que esa manchada,
elevada arquitectura, desde su tiempo sin límites
es la misma que vio lo que ya jamás podrás mostrarme:
esa alma primera que todavía, entonces,
hablaba con todos los animales y el centro de las cosas.
¿Pero de dónde vino este rostro a llamarme
desde un tiempo ido que ni él recuerda
aunque nunca lo olvida?
¿Pero de dónde, dónde?
Los objetos, las llaves, los cuadernos, las aves, los insectos,
las nubes de los cielos que hubo, los paisajes
donde hoy se han derrumbado casas y se han sacado muertos,
las noches y los días por los que has caminado sola,
vuelven en cada medianoche, en cada mediodía,
vamos a llorar sobre esas imágenes,
vemos a gritar sobre esas imágenes y sobre el mismo llanto
que no reconocemos: un hombre, una mujer
que se han perdido son una victoria más
de un cerrado círculo, la sombra sobre la luz
traza su cono arduo, hemos perdido ambos
esta guerra infinita. Hemos perdido ambos lo más preciado:
a un desconocido.
Yo imaginé tu infancia.
Yo fui valiente.
De El pasado y las vísperas (1995)
ESTA MAÑANA ESCRIBÍ DOS POEMAS
Esta mañana escribí dos poemas.
No me pregunto ya por el sentido
que tiene o no tiene este oficio oscuro.
Simplemente es otra manera, posible, de estar vivo.
Me pregunto por el origen
de esas dos cosas que ahora están sobre la mesa,
no exactamente hechas de papel y de pigmentos.
Por los hombres que lo han dicho mejor
y hoy están muertos.
Por los siglos de guerras y de paces
que entre las palabras han corrido.
Me pregunto por los nombres y el semblante
del que en otra parte del globo ha dejado
sobre su mesa otras dos cosas iguales
y que duda también de mi existencia.
Me pregunto por los miles de días y de noches
que han debido transcurrir para que hiciéramos esto.
Por los cientos de personas
que han donado los versos.
Me pregunto por qué, hace un rato,
se ha modificado dos veces este mundo.
De El venenero y otros poemas (2005)
LA NADADORA
la mujer que amo
desnuda en el agua
parece vestida
y es como una larva
la bella forajida
se le escapa al mundo
la mujer que amo
desnuda en el agua
va como un palito
cuál es la corriente
que la lleva dentro
cuando sale nadando
de su alma sola
la mujer que amo
desnuda en el agua
como en la deriva
de su pensamiento
no hace caso nunca
de lo que le escribo
otra pluma grande
le diluye el nombre
la mujer que amo
desnuda en el agua
en sí se sumerge
sin remordimientos
y allí abajo
es de fuego y de sangre
y de ahogo y de burbujas de agua
mientras se hunde entera
en sí misma siempre
ya no hay qué la agite
como cuando andaba
complicando la Tierra
bracea en el olvido
son sus muslos fuertes
splash desesperado
lo que mastica mi boca
abierta tapa del fondo
y hay en su mirada
un mirar ausente
la mujer que amo
desnuda en el agua
se ha desvanecido
sola entra a su alma
se abraza a sí misma
y no tiene centro.
De La tarde del elefante y otros poemas (2006)
UN INSECTO EN ENERO
mínima en la ventana una presencia activa
apenas diferente del aire en su elemental dibujo
más seis patas y dos alas que el cuerpo verde
apenas una línea que atravesó
millones de años en su aleteo
desde los ollares de los dinosaurios
hasta el sobrio y frío presente en mi ventana
nunca fue más grande y jamás abundó:
cuando plantas que hoy son la hierba
alcanzaban alturas y redondeaban formas colosales
unos pocos como él se elevaban
hacia las lejanas copas con no poco esfuerzo
de esas mismas delicadas membranas
que frente a mí apenas mueve o que reposan
allí donde refleja el todo otro vasto mundo
que también le pertenece
su victoria hecha de un silencio seguro
como todas las cosas.
De Les imaginations (2013)
NOSOTROS, ANTIGUOS PERFUMISTAS
Si alguien en un siglo anterior operaba
Sobre la combinación de esencias que apenas pesaban lo que el aire,
Y si de su apenas presentida combinación creía
Obtener una esencia tan capaz de devolver
A quien cerca pasara, por lectura o aspiración apenas
El simulacro de la belleza condensada
En unas palabras o ciertos efluvios, el vislumbre
Siquiera, pero tan poderoso, que abre para siempre
Las narices a la nueva realidad para él,
Que es la antigua y continua, para tantos y tan pocos,
Es muy cierto, apenas contenida
En la cifra de unos versos o un veneno.
Si era cierto entonces que la mayoría —exigua— apenas aspiraba,
Por casualidad o por gracia, las primeras notas,
Las que se llaman palabras, las que primero se desvanecen
Y nada dejan en la nariz que es la mente y son pronto olvidadas,
Perdido para siempre su sentido, las que luego
Vuelven sin saberlo en una frase casual,
En el espejismo de una visión que les parece propia y es ajena.
Si otros, muchos menos, alcanzan a gustar o creen ello,
El centro donde “reside” el sentido, apenas
El primero del ejército de significados
Contenido en una condenatoria bocanada de comprensión,
Y no saben que todos sus posteriores errores sobre el mundo
Engendro serán de esa lectura y asomo algo más hondo
Que para siempre los encerrará en la falsa cárcel
Donde a partir de allí se licuarán sus vidas,
No menos engañadas por la apariencia
Del perfume, del atractivo engaño segundo
Atento como una araña, seguro como un rifle.
Y más hondo, en las notas que se dice son del corazón,
Acechar la epifanía profunda, que sus redes lanza
Más allá de lo que puede capturar un perfume,
Recoger nocturnamente el sentido o las palabras.
¿Quién puede ir más allá sin volver
Con un miembro transformado, con un órgano nuevo,
Para siempre cambiado por el asomo a lo que está
Tan fuera, tan carente de olor como de palabra?
El problema luego es andar sin ser visto por el mundo
Con esa prótesis viva, esa nueva porción de uno mismo.
La poesía es un perfume donde limbo, infierno y paraíso
Se disputan, igual que todas las cosas, cada día de algo nuevo
Que la fortuna dispone sobre el mundo:
(Creer cierto lo que dicen estos tres últimos versos
Es abrir los ojos con el frasco, fatal, abierto).
(Del libro homónimo,
Barnacle, 2025,
Envío de Alberto Cisnero)
Luis Benitez (Buenos Aires, 1956)
Pueden LEER la biografía y más poemas en entradas anteriores.